En mi empresa, como en casi todas, tenemos una persona que se encarga de llevar la contabilidad. Este ser, al que llamaremos Flash, debería ser un sujeto ordenador, con gran capacidad de organización, ¿no? A los hechos me remito. Esto es una historia 100% real, cuya última parte acaba de suceder.
Resulta que de un tiempo a esta parte mi jefe ha decidido que, puesto que nuestro sector no se encuentra precisamente en auge, conviene diversificar y tener abiertas varias líneas de negocio. Decisión sensata donde las haya.
Parte de esa diversificación pasa por tener un par de comercios online de diversas temáticas, que una servidora se encarga de coordinar.
Pero seamos realistas, estos negocios están apenas comenzando, y el volumen de pedidos es nimio. En el primer trimestre de 2016 hemos tenido tres pedidos.
Bien, pues cuando entra un pedido, yo sigo mi proceso normal, que viene siendo servirlo y darle una copia de la factura al contable (por mail y en papel) para que a final de trimestre le salgan las cuentas. Todo lógico, todo normal, y el sentido común indica que ahí debería terminar mi implicación con el proceso, ¿verdad?
JA.
Quince días después Flash me reclama que no le he dado las facturas de los pedidos y que después la contabilidad no va a cuadrar, madremiademisamores y luegoeljefeseenteraynoscaeladelpulpo.
Ok, como un despiste lo tiene cualquiera, Casiopea al rescate y se le vuelven a dar las facturas físicamente y por email.
Pero quince días después vuelve a repetirse el mismo proceso. Y veinte días después. Y un mes después. Y cada una de las veces mi cabreo aumenta exponencialmente.
Y finalmente llegamos a hoy. Hace una hora Flash ha enviado un whatsapp al grupo de la oficina reclamándome que no tiene dichas facturas y necesita cerrar la contabilidad para mañana, que las necesita con urgencia. Facturas que le he dado cuatro veces física y digitalmente.
Y encima se queja porque me mosqueo y le respondo que es la quinta vez que se las doy. Apaga y vámonos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario